La urna con las reliquias de Santa Bernadette, que se conserva de manera permanente en el Santuario de Lourdes, Francia.
Ésta joven de 14 años fue testigo y protagonista de las apariciones de la Virgen María en Lourdes. Bernadette recibió la primera de las revelaciones el 11 de febrero de 1858 en una gruta en esta localidad francesa.
Autoridades civiles y religiosas constataron la veracidad de su relato y rápidamente corrió la voz de lo sucedido por toda Francia. A su funeral en 1879, con 35 años llegaron a Nevers. Hizo penitencia y rezó por los pecadores hasta el día de su muerte, que le llegó tras numerosos dolores. Ya la Virgen se lo avisó en la tercera aparición:
“No te prometo hacerte feliz en este mundo, sino en el otro”.
En una ocasión, en los últimos momentos de sus vida, en los que le costaba tanto respirar, se le escapó decir: “Me gustaría que alguien me abriera el pecho para poder respirar mejor”. Se arrepintió inmediatamente porque pensó que se había quejado.
Otro día, que transcurrió por enésima vez en la enfermería, Bernardette dijo: “Mi oficio es estar enferma”. Bernardette vivió en la fe verdadera, es decir, aceptó siempre y voluntariamente todo lo que el Cielo le pedía, sin pedir nunca ni más ni menos”, explicaba Messori. De hecho, recalcaba que: “Bernadette no pidió nunca la curación física, sino que pedía sin cesar la de su alma”.
En dicha ciudad permanece su cuerpo incorrupto que desde entonces es venerado por cientos de miles de personas todos los años.
La Iglesia francesa ha dado su permiso para que sus reliquias viajen por más de 40 diócesis españolas y puedan ser veneradas. Así, numerosos enfermos podrán rezar ante los restos de la Santa a la que la Virgen María se le apareció en 18 ocasiones en 1858 en la localidad donde hoy se ubica el Santuario al que millones de peregrinos visitan cada año llegados de diferentes puntos de Europa y del resto del mundo.